miércoles, 13 de junio de 2012

Búfalo versus Chayota


ERNESTO VILLEGAS POLJAK

 

Tenía mi vieja la costumbre de poner sobrenombres cariñosos a sus nueve hijos, comenzando por el primogénito, “Chipilín”, quien murió a pocas semanas de nacido, víctima de una gastroenteritis atizada por la extrema pobreza en que vivía la joven pareja comunista que formaron Maja Poljak y Cruz Villegas. Todos fuimos registrados con nombre legal y, al mismo tiempo, bautizados en la pila de la cotidianidad con uno o varios alias. Algunos se quedarían en el olvido por desuso o exigencia de alguna adolescente rebelde, y otros trascenderían por décadas. Como no he pedido permiso a sus titulares, baste señalar el “Chuchunso” que Maja me encasquetó en la Maternidad Concepción Palacios.

Acostumbrado a crecer en medio de tantos sobrenombres, me llamó la atención cuando en 1988 un político venezolano adoptó un apodo tomado del Reino Animal. En el caso de Eduardo Fernández, candidato presidencial de Copei, no fue su mamá quien le endilgó el alias, sino unos asesores electorales que, además de inducirlo a hacerse llamar “El Tigre”, con caricatura y campaña de intriga incluidas, lo pusieron a dormir una noche en un rancho para borrar el estigma elitista que siempre ha acompañado a los copeyanos y sus derivados, y así dejar evidenciada su gran sensibilidad social. Quizá el recurso buscaba contraponer apodo contra apodo en la campaña, en vista de que el contendor de Fernández, Carlos Andrés Pérez, se había apresurado a tomar una palabra relativamente despectiva para anticipar su aspiración releccionista con el eslogan “El Gocho pa’l 88”. A Pérez, además de “Gocho”, también se le conocía como “Locovén”, pero por razones obvias ese mote no parecía muy presentable para efectos proselitistas.

Diez años después, conocidos los derroteros a los cuales nos llevó aquella contienda de Gocho contra Tigre, hermanados ambos poco después de las elecciones ante la insurgencia del 4-F, volvió a ponerse de moda el uso de remoquetes entre candidatos, aunque esta vez en forma negativa. Fue en esa inolvidable campaña de 1998 cuando el candidato Hugo Chávez inauguró su hábito de instalar sustantivos de uso corriente en el lenguaje político venezolano. Su contendor, Henrique Salas Römer, aspirante de Proyecto Venezuela y luego también de Acción Democrática y Copei, tuvo el dudoso privilegio de merecer la denominación de “Frijolito” en lugar de ser llamado por su nombre legal, así fuese para confrontarlo. Le seguiría Francisco Arias Cárdenas –ahora de nuevo en la vanguardia de las filas revolucionarias– durante la contienda relegitimadora del 2000, cuando el también comandante del 4-F compitió con su hermano del alma, quien lo bautizó entonces como “Frijolito II”. Antes, Chávez había posicionado categorías como “La Moribunda” y “Escuálidos”, a las que se sumarían “La Bicha”, “Mr. Danger” y pare usted de contar, con una pegada que es la envidia de sesudos creativos de la publicidad y el mercadeo.

Sus adversarios han tratado de devolverle el balón etiquetándolo como “Esteban” o “Chacumbele”, nombrecitos que a decir verdad suelen quedarse, sin subir cerro, en círculos de la gente pensante de este país, como la llama Carola Chávez.

En las elecciones de 2006 Chávez bautizó como “El filósofo del Zulia” a su contrincante, Manuel Rosales, debido a sus peculiares expresiones públicas, que le valieron no pocos chistes entre propios y extraños por aquello de las “peras al horno” o los “cantos de ballena”.

Recientemente, de cara a las elecciones del 7 de octubre, Chávez hizo uso del mismo recurso y le montó a Henrique Capriles Radonski, candidato de la MUD, la chapita de “Majunche”, apelativo que en Venezuela significa mediocre, y que ha ido tomando cuerpo entre los chavistas para denominar a todo lo relacionado con la oposición. Al mismo tiempo, el Presidente, recuperándose de la radioterapia, se ha comparado a sí mismo con un búfalo, en lugar del caballo desbocado de sus primeros años en la política.

Esta vez, para sorpresa de todos, a Chávez le salió competencia que amenaza con desplazar el mote por él acuñado contra su adversario. Rafael Poleo, sospechoso de cualquier cosa menos de chavista, ha saltado al ruedo al comparar a Capriles con una desabrida “chayota” y advertir, en público, que su candidatura no camina. Episodio éste, el de Poleo, que no sabemos si obedece a la estridencia de un zorro viejo o a un mar de fondo capaz de desbaratar la unidad de la mesa de la ídem.

¿Esa falta de sabor forzará un cambio de candidato en la MUD, como se especula en círculos políticos? Luce cuesta arriba, pues de por medio están unas primarias que dificultarían disponer, así como así, de la voluntad de los electores opositores, a menos que sus dirigentes actúen con el mismo espíritu de abril de 2002. Luce más factible el surgimiento de la candidatura de algún magnate que, billete de por medio, sorprenda con una inscripción de última hora. Hasta el 11 de junio cualquiera puede inscribirse y luego, más adelante, retirarse para apoyar al mejor posicionado. Ya pasó en 1998, cuando AD y Copei bajaron de sus caballos a Alfaro Ucero e Irene Sáez para montarse en el corcel de Fri… perdón, del Dr. Salas Römer.

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