ERNESTO
VILLEGAS POLJAK
Tenía mi vieja la
costumbre de poner sobrenombres cariñosos a sus nueve hijos, comenzando por el
primogénito, “Chipilín”, quien murió a pocas semanas de nacido, víctima de una
gastroenteritis atizada por la extrema pobreza en que vivía
la joven pareja comunista que formaron Maja Poljak y Cruz Villegas.
Todos fuimos registrados con nombre legal y, al mismo tiempo, bautizados en la
pila de la cotidianidad con uno o varios alias. Algunos se quedarían
en el olvido por desuso o exigencia de alguna adolescente rebelde, y otros
trascenderían por décadas. Como no he pedido permiso a sus titulares, baste
señalar el “Chuchunso” que Maja me encasquetó en la Maternidad Concepción
Palacios.
Acostumbrado a
crecer en medio de tantos sobrenombres, me llamó la atención cuando en 1988 un
político venezolano adoptó un apodo tomado del Reino Animal. En el caso de
Eduardo Fernández, candidato presidencial de Copei, no fue su mamá quien le
endilgó el alias, sino unos asesores electorales que,
además de inducirlo a hacerse llamar “El Tigre”, con caricatura y campaña de
intriga incluidas, lo pusieron a dormir una noche en un rancho para borrar el
estigma elitista que siempre ha acompañado a los copeyanos y
sus derivados, y así dejar evidenciada su gran sensibilidad social. Quizá el
recurso buscaba contraponer apodo contra apodo en la campaña, en vista de que el
contendor de Fernández, Carlos Andrés Pérez, se había apresurado a tomar una
palabra relativamente despectiva para anticipar su aspiración releccionista con
el eslogan “El Gocho pa’l 88”.
A Pérez, además de “Gocho”, también se le conocía como “Locovén”, pero por
razones obvias ese mote no parecía muy presentable para efectos proselitistas.
Diez años
después, conocidos los derroteros a los cuales nos llevó aquella
contienda de Gocho contra Tigre, hermanados ambos poco después de las
elecciones ante la insurgencia del 4-F, volvió a ponerse de moda el uso de remoquetes
entre candidatos, aunque esta vez en forma negativa. Fue en esa
inolvidable campaña de 1998 cuando el candidato Hugo Chávez inauguró su hábito
de instalar sustantivos de uso corriente en el lenguaje político venezolano. Su
contendor, Henrique Salas Römer, aspirante de Proyecto
Venezuela y luego también de Acción Democrática y Copei, tuvo el dudoso
privilegio de merecer la denominación de “Frijolito” en lugar de ser llamado
por su nombre legal, así fuese para confrontarlo. Le seguiría Francisco Arias Cárdenas
–ahora de nuevo en la vanguardia de las filas revolucionarias– durante la
contienda relegitimadora del 2000, cuando el también comandante del 4-F
compitió con su hermano del alma, quien lo bautizó entonces como “Frijolito
II”. Antes, Chávez había posicionado categorías como “La Moribunda” y
“Escuálidos”, a las que se sumarían “La Bicha”, “Mr. Danger” y pare
usted de contar, con una pegada que es la envidia de sesudos creativos de la
publicidad y el mercadeo.
Sus adversarios
han tratado de devolverle el balón etiquetándolo como “Esteban” o “Chacumbele”,
nombrecitos
que a decir verdad suelen quedarse, sin subir cerro, en círculos de la
gente pensante de este país, como la llama Carola Chávez.
En las elecciones
de 2006 Chávez bautizó como “El filósofo del Zulia” a su contrincante, Manuel
Rosales, debido a sus peculiares expresiones públicas, que le
valieron no pocos chistes entre propios y extraños por aquello de
las “peras al horno” o los “cantos de ballena”.
Recientemente, de
cara a las elecciones del 7 de octubre, Chávez hizo uso del mismo recurso y le
montó a Henrique Capriles Radonski, candidato de la MUD, la chapita de “Majunche”,
apelativo
que en Venezuela significa mediocre, y que ha ido tomando cuerpo entre los chavistas
para denominar a todo lo relacionado con la oposición. Al mismo tiempo, el
Presidente, recuperándose de la radioterapia, se ha comparado a sí mismo con un
búfalo, en lugar del caballo desbocado de sus primeros años en la política.
Esta vez, para
sorpresa de todos, a Chávez le salió competencia que amenaza
con desplazar el mote por él acuñado contra su adversario. Rafael Poleo,
sospechoso de cualquier cosa menos de chavista, ha saltado al ruedo al comparar
a Capriles
con una desabrida “chayota” y advertir, en público, que su
candidatura no camina. Episodio éste, el de Poleo, que no
sabemos si obedece a la estridencia de un zorro viejo o a un mar de fondo capaz
de desbaratar la unidad de la mesa de la ídem.
¿Esa falta de
sabor forzará un cambio de candidato en la MUD, como se especula en círculos políticos? Luce
cuesta arriba, pues de por medio están unas primarias que dificultarían
disponer, así como así, de la voluntad de los electores opositores, a menos que sus
dirigentes actúen con el mismo espíritu de abril de 2002. Luce más factible el
surgimiento de la candidatura de algún magnate que,
billete de por medio, sorprenda con una inscripción de última hora. Hasta el 11
de junio cualquiera puede inscribirse y luego, más adelante, retirarse para
apoyar al mejor posicionado. Ya pasó en 1998, cuando AD y Copei bajaron de sus
caballos a Alfaro Ucero e Irene Sáez para montarse en el corcel de Fri… perdón,
del Dr. Salas Römer.
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